Spin-off
Y llegó la plaza
Hoy me he acordado de tod@s las personas que habéis estado a mi lado. Los que me animaron a empezar diciéndome cosas que no me creía de mí misma en algún bar, casa, trabajo o andando por la calle. Los que me motivaron a seguir cuando los ánimos se tomaban un respiro entre quinto y quinto. Quién me acompañó antes de cada examen y me llevó de la mano a la puerta gritándome cosas bonitas al pasar. Las que hicieron de contactos virtuales con audios de casi horas comentando cosas de apuntes o exámenes. Las que ayudabáis a recargar mis pilas con planes en los que había que disfrutar al máximo o inventando juegos de fantasía.
Aunque, en ocasiones, me sentía sola, la confianza externa me envolvía como lo hacía la bata que llevaba todos los días para estudiar los últimos cuatro meses. El no dormir nada antes de una prueba, los madrugones, el quedarme con el depósito casi vacío por no encontrar una gasolinera, los trabajos imprevistos, el quedarme cerca sin conseguir nada y volver a empezar, el comprar libretas de forma compulsiva, el meterme en la página cien mil veces, a ver si sale la siguiente fecha o la nota, el llegar tarde a un nombramiento, mi necesidad imperiosa de ir al baño en situaciones imprevistas, las celebraciones tras el aprobado, el comprar cinco bolis, por si acaso…todo formará parte de mis recuerdos. Pero nada será tan importante como la gran ola de apoyo incondicional que me envolvía gracias a tod@s.
Gracias por creer en mí y ayudarme a que yo creyera y no dejara de hacerlo.
#oposicionesjccm #terapiaocupacional
2020
¿Soy la única que está rodeada de gente que este 2020 está haciendo cambios metamórficos?
Mi número favorito, el de mi cumpleaños, repetido dos veces, se esperaba tan redondo en enero…
Como siempre, nada de lo que pasa por mi cabeza, pasa en la realidad.
Empecé el año con los deberes a medias porque arrastraba una oposición que no acabó hasta marzo. ¿Os suena este mes, verdad? Menos mal que mi motivación hedonista tiró de mí y me hizo comerme el mundo en doce días, porque luego vino lo que vino…
Llegó estar en casa, llegó la inspiración como una ruleta de ocupaciones que se decidían cada día. Llegó el aprobado. Llegaron los balcones. Los vecinos. El vino. Llegó zoom y las reuniones virtuales. Llegaron los disfraces, los cuentos y los brindis a través de pantallas. Llegaron las nuevas formas de hacer las cosas, junto a noticias horribles que nos rompían nuestra coraza de seguridad. Llegó el no saber. Llegó el sentirnos indefensos. La fragilidad.
Llegó el momento en el que tuve que enfrentarme a trabajar en un hospital. ¿Otra maleta? Pero, ¡si no quería trabajar!, pero ¿cómo no voy a irme con todo lo que hay? ¿Y qué me pongo para protegerme? ¿Irme en tren? ¿Dónde me quedo? Todas estas preguntas se contestaron de una, dando lugar a una gran experiencia. Y, entonces, llamada. Otro número largo. Me vuelvo al hospi. A casa. Tan cerca, pero tan lejos, porque todo siempre es temporal. Me despedí con otro reto. Algo desconocido y temido. Con él, llegó la sorpresa de sentirme realizada y de aprender mucho en poco tiempo. Llegó cerrar aquella puerta con nostalgia. Llegó despedirme, pero esta vez de verdad. Llegó el volvernos a ver. Llegó el cierre de mi bar de los jueves. Llegó descansar porque me lo merezco. Llegó la esperada isla de aguas cristalinas. Llegó dejar de lado mi profesión unos meses y ser feliz haciéndolo. Llegó meditar, leer, hacer yoga y pasear. Llegó mirar hacia dentro. Llegó la paz. Llegó cambiar las terrazas por hacer recados. Y, más cambios, no solo por fuera, también por dentro. Llegó sentir cosas que nunca he sentido. Llegó conectar. Llegó el amor hacia lo que no ves pero sientes. Llegó la calma. El sueño. Llegaron cuatro gatos huérfanos a casa de mis padres. Llegó una mudanza. Llegó el poder ver un árbol desde mi ventana. Llegó la no inspiración. Llegó escuchar a mis sobris por la ventana para salir a la calle. Llegó la impaciencia en la espera de los destinos. Llegaron los imprevistos para arrasar con los planes. Llegó la aceptación. Llegó mi cumple, en una versión diferente, pero no menos emocionante gracias a vosotr@s. Os quiero. Llegó el deseado viaje del nombramiento como funcionaria el mismo día que la loteria. Llegó la ilusión por lo nuevo. Y llegó la navidad.
No habrá preuvas en Madrid. Ni fiesta de noche. Ni reuniones en casas. Pero, por suerte, estamos tod@s.
2020, el año del cambio y de la transformación, no imaginaba que podrías quitarme y darme tantas cosas a la vez para volver a hacer un equilibrio perfecto.
Está claro que no te vamos a olvidar.
Parar
Llevo tiempo sin escribir. Le digo a mucha gente que me estoy dedicando a la vida contemplativa. Contemplo paredes, el olor y la textura de los libros, las hojas del otoño en el suelo del parque, el ruido de los vecinos cuando suben la escalera, mi cuerpo respirando tumbado en la esterilla, el sol rozando mi cara, una obra de arte, el potente sabor de un chocolate caliente de vez en cuando y la cara de mi gata cuando duerme plácidamente en el mismo sitio del sofá.
Hoy mi amiga y yo comentábamos cómo en esta sociedad no se valora a quién no produce y está mal visto tomarse un tiempo para una misma. Ambas sabemos que no es así porque la vida es más que eso.
Yo me pregunto si la gente se ha parado a escuchar el silencio alguna vez sin sentirse culpable. Porque esconde cosas de nosotros mismos que no sabíamos. Y enfrentarse a ello, no es tarea fácil. La introspección, la mayoría de las veces, no tiene las mejores vistas del viaje. Quizá por eso miramos tanto hacia fuera.
Creo que parar nos ayuda a conocernos mejor en este mundo de prisas y de desconexión. Nos ayuda a aceptar, a observar qué pasa dentro y nos puede acercar a nuestros intereses reales.
Buscar un lugar donde apagar el interruptor del mundo externo puede ser difícil para muchas personas.
Por desgracia, este mundo que hemos construido involuntariamente no deja muchos huecos para una observación presente.
Pero siendo conscientes de ello, podemos crear espacios para conectar con uno mismo.
Porque, en esta vida, no hemos venido a correr, como nos quieren hacer creer.
Hemos venido a ser.
Así que, dejemos de vivir cada día de puntillas, pensando “un día más” y empecemos a disfrutar de lo esencial y a ser conscientes de que, en realidad, cada día es un día menos.
La gente somos tod@s
Poderosa
Aunque todos vivimos con incertidumbre, hay días en los que esa sombra desaparece de nuestro lado y nos engaña, haciéndonos sentir poderosos en el mundo.
Como si fuéramos creadores de nuestro camino sin dejar ningún ápice al azar.
Me acostumbré a vivir con incertidumbre desde que tomé la decisión de dejar mi trabajo fijo e irme a la aventura.
Puede que antes.
Desde aquel momento mis brazos se fundieron con ella y crearon lo que soy ahora.
He conocido la incertidumbre con varias caras. Algunas preferiría no haberlas visto. Aunque pienso que esas han sido las más importantes en mi vida.
Tambien, gracias a mí trabajo, he caminado junto a la incertidumbre ajena. Esos: “no sabemos que va a pasar” y los “ya veremos”.
Aprender a vivir con ella es difícil, pero he tenido grandes expertos que me han enseñado que es posible.
La incertidumbre agota. Pero es parte de la vida y hay que aceptarla. Todo cambia, todo se mueve. Todo se coloca.
Blanco y negro
Su pelo canoso se enrollaba en lo alto de su cabeza dibujando un moño minúsculo. No solía recordar algunas cosas, pero cuando me veía sabía que tenía que sacar una carpeta con trabajos de la segunda estantería de aquel mueble gigante del salón. Me enseñaba con una sonrisa las cosas que había estado haciendo desde que llegué la última vez. “A mis años…” decía.
Me gustaba acompañarla por la casa para que me contara dónde tenía sus cosas. No le hacía mucha gracia que le pusiera aquellas pegatinas con dibujos de fuego, galletas y ropa en sus muebles. Pero nunca las quitó.
Me enseñaba las estancias de la casa cada día como si fuera la primera vez.
Ella intentaba esconder que olvidaba las cosas. Yo intentaba organizar aquel caos sin que se notara mucho.
Lo que más le gustaba era sacar su caja de fotos y recordar cosas del pasado. En ese terreno no le ganaba nadie. Siempre decía que aquella caja con doce fotos en blanco y negro era su mayor tesoro.