-Me da mucha pena despedirme, supongo que tú estarás ya acostumbrada de ver pasar a tanta gente…- me han dicho esta mañana.
La respuesta es que uno no se llega a acostumbrar del todo a despedirse.
Hay despedidas distantes donde le deseas a la persona que le vaya lo mejor posible y se produce un corto intercambio de frases con “ójalas” para los próximos meses.
Hay despedidas cercanas, de las de verdad, donde se dan dos besos e, incluso, se abraza. Son mis favoritas. Están llenas de emoción alegre mezclada con unas chispas de pena. Ambos sabemos que hemos hecho un buen trabajo. El intercambio ha sido mútuo. Yo me llevo aprendizaje y tú te llevas toda la funcionalidad que haya podido darte en este tiempo. Se siente orgullo.
Luego están las despedidas tristes en las que, por desgracia, no sabes qué decir porque puede que las cosas no vayan a mejor. No me gustan, pero de ellas me llevo lecciones de vida, porque entonces eres consciente que en la carrera no te lo enseñan todo y tienes que buscar dentro de tu propio repertorio emocional para decir cosas como: “Intenta poner en práctica las cosas que te he dicho” “Busca algún lugar donde puedas seguir en tratamiento” o “Piensa lo de comprar la silla de ruedas eléctrica”. Todo esto con el estómago encogido y observando los ojos vidriosos de la persona que se despide.
Intentas desviar la emoción pero ahí sigue…¿por qué?
Y es que, somos terapeutas ocupacionales pero ante todo y sobre todo somos personas.