Creo que con el tiempo uno crea capas de corteza como los árboles y va adquiriendo centímetros de sabiduria y experiencias. Lo malo de todo esto es que, cada vez, uno se queda más y más dentro de sí mismo.
He conocido a personas con muchas capas siendo consciente de que sólo vería eso. Me hubiera gustado ver de qué color eran por dentro.
También he tenido la suerte de presenciar cómo alguien con el paso de los días de tratamiento iba abriendo puertas a través de sus cortezas. Siempre lo he agradecido.
He roto cortezas sin darme cuenta y he visto transformaciones dignas de contar. Recuerdo a mujeres distantes y serias con ropa oscura que pasaron a abrazar, sonreir y vestir claro.
Como terapeutas ocupacionales tenemos que ser capaces de roer cortezas y llegar a lo que el otro desea de verdad. Es ahí donde empieza parte de nuestro trabajo.
Que yo sepa, nadie tiene el secreto para hacer que las personas se quiten sus cortezas y te dejen entrar, pero si algo he aprendido con los años es que hay que «hacer sentir» para poder entrar.
Empieza por una mirada, un tono de voz, un gesto…y algo muy importante que no puedes olvidar: imaginate en su lugar. ¿Qué piensas? ¿Cómo te sientes? ¿Qué te preocupa?
Trabajando desde aquí es mucho más fácil descubrir personas. El verdadero cambio es el que parte de dentro. Y para llegar hay que «hacer sentir» al otro y no olvidarse de sentir uno mismo.
Todavía recuerdo una de las despedidas de mis últimos trabajos , sentada en un círculo rodeada de miradas tristes:
– Espero que os haya podido ayudar con vuestra vida, pero sobre todo espero HABEROS HECHO SENTIR, porque las emociones mueven el mundo.
Estaba claro que sí…
Y es que, tanto para aprender como para enseñar a vivir, tenemos que empezar por sentir.