Pasamos la vida intentando ser perfectos hasta que descubrimos que ser perfectos es aceptar nuestra imperfección.
Ya hace mucho que se que tengo un problema con el papel de aluminio, los cables y los bichos babosos. No me gusta hacer gestiones y me situo al borde de odiar el papeleo por lo que todo lo dejo para el último día. Hay trabajos que me gustan y otros que me gustan menos. Asumirlo me costó su tiempo. A estas alturas de mi vida soy capaz de estar rodeada de gente y que varias personas se rían sobre algo que me caracterice. Hace unos años mínimo que les saco un dragón.
La vida nos va regalando golpes de realidad para que nos vayamos deshaciendo de la perfección y aceptando lo que somos de verdad.
Hace unas semanas terminé una serie. El último capítulo reflexionaba sobre qué habían conseguido los protagonistas en su vida. Me imaginé un resumen de la mia.
Entre lo que deseaba y lo que tengo muchas cosas se han cumplido. Pero sigo en proceso de aceptar la imperfección de mi vida.
Resulta que no he conseguido grandes cosas, pero he tenido la suerte de poder hacer muchas muy pequeñas.
Si tod@s nosotr@s sumáramos las pequeñas cosas que cada día hemos hecho por las personas a las que tratamos nos daríamos cuenta de lo grande que es nuestro trabajo.
Pasamos el día «apagando fuegos» de personas a las que les duele no tener identidad o que intentan recuperar la que tenían. Es un trabajo de valientes en el que, con una mirada, somos capaces de evitar la erupción de un volcán.
Estos pequeños cambios de muchas personas hacen que el camino propio tenga más sentido. Ayudar a buscar identidades nos ayuda a definir la nuestra. Aunque no deberíamos olvidar que la mejor identidad para nosotros y para otros, no es la perfecta, sino la que acepta la imperfección.
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Foto de mi viaje a Lanzarote.