Podemos cambiar algunas de las cosas de cada día pero la base se nutre de rutinas que nos hacen girar regalándonos un sentido.
Esta semana he llenado algunas bolsas para donar ropa. Por fin me he deshecho de los “por si acaso”. Entre ellos he conseguido retirar unos tacones muy altos que sé que nunca me pondré desde hace años. He sentido algo raro al hacerlo. El apego a nuestras cosas útiles e inútiles es algo que me sorprende.
Creo que también siento apego por trayectos. Suena raro, pero me encanta hacer el mismo recorrido que cada semana me lleva a encontrar a mi gente en el mismo sitio. Voy por la misma calle y allí están. Al final, como siempre.
He creado apegos a determinados olores. Algunos me han sorprendido. Hace años odiaba el olor a laca “Nelly” hasta que descubrí que me recordaba a mi abuela. Y ahora me gusta. Por no hablar de que llevo usando la misma colonia unos quince años. Mis olores de siempre.
Ropa, trayectos, olores, personas…nos rodeamos de rutinas y de apegos que nos dan fuerza.
Y pienso en lo difícil que resultan los cambios.
¿Os habéis dado cuenta de que cuando se acercan momentos de incertidumbre nos agarramos a lo felices que somos con lo que tenemos?
Y en este punto nos encontramos a muchas personas en terapia ocupacional. Aferrados a lo que eran, como si no quisieran saltar de un barco que saben que se hunde. Con su equipaje “de siempre”.
Los entiendo.
He pensado que los cambios que ofrecemos como tan positivos, dan mucho miedo.
Y por eso tenemos que ser más conscientes de que lo que a veces pedimos no se acepte a la primera.
Porque a todos nos cuesta soltar el equipaje que hemos llevado siempre, aunque sean unos simples zapatos.