Mi mami me ha enseñado muchas cosas. Entre todas ellas, su mayor lección ha sido enseñarme a luchar. Ha pasado tiempo desde que la noticia llegó a casa para enseñarnos que hay que disfrutar de la vida todo lo que podamos y que cuando las cosas importantes se tambalean las preocupaciones diarias pasan a ser irrelevantes.
Durante el proceso descubrimos que mamá en otra vida había sido guerrera. El dolor apenas se le notaba para que nosotros no lo notáramos. Todos dudábamos sobre muchas cosas pero las energías se enfocaban hacia la esperanza. Nuestro mundo empezó a convertirse en el mundo amarillo de Albert Espinosa y nos rodeamos del apoyo de personas que sólo sabían hacernos reir para que nos olvidáramos del tema.
Hicimos un gran equipo.
Aunque tengo que decir que eché de menos que alguien me explicara bien cómo debía hacer las cosas para que mamá recuperara toda la movilidad del brazo. O alguien que me dijera cómo tenía que ponerse aquel sujetador. O alguien que me comentara si mamá podía coger o no una sartén con el brazo derecho. Eran problemas cotidianos pero nadie me los explicó.
Mi madre tuvo suerte porque su hija era terapeuta ocupacional así que estos problemas, tras un trago tan fuerte de realidad vital, no supusieron ninguna carga. Pero me da pena pensar que haya personas que no tengan estos consejos cuando se van del hospital porque no haya un terapeuta ocupacional que se los explique.
Hoy cuento una historia real, nuestra historia. Por un lado quiero mandar esperanza a todas las mujeres que estén pasando por esto. Por otro lado quiero revindicar la figura del terapeuta ocupacional en el cáncer de mama. Y por último quería contaros que mi madre es una guerrera.