Pienso en lo diferente que es el estado de mi cuerpo cuando por las mañanas me voy de casa bajando las escaleras y cuando llego a casa subiéndolas. Reconozco que hay días que me da miedo pensar que dejo una parte muy grande de mi en un lugar que no es mi lugar.
«Llegará el día en el no te impliques» me han dicho siempre.
Y así es como busco esa deseada frase en el laberinto de mi mente abriendo puertas que sólo me alejan de ella.
Como si algún día fuera a encontrar un disfraz en el que esconderme para empezar a no sentir. Pero ese día, no llega. Porque entonces, quizá no sería yo.
Y, mientras tanto, una explosión de motivación con ideas, estrategias, técnicas y objetivos revolucionan mi cabeza cada día con el ánimo de pensar que esa energía pueda contagiar a otros.
Os aseguro que hay días que llego agotada de tanto pensar y me pregunto si ha merecido la pena.
Y me pregunto si alguien se pregunta cómo es trabajar con mascarilla escondiendo grandes sonrisas que se pierden sin llegar a enviar un mensaje. Con la dificultad que esto supone.
Y me pregunto si el sistema es consciente del esfuerzo. Un sistema que nos ve como números sin apellidos. Un sistema que no valora la implicación, ni coloca una balanza para medir el esfuerzo y el no esfuerzo. Un sistema ciego, basado en la responsabilidad propia, que, a veces no existe. Un sistema que, a pesar del tiempo, no ha aprendido a valorar los medios ni a las personas.
Me pregunto por qué hay gente sin mascarilla por las calles y qué ha pasado con la conciencia colectiva en la sociedad. Y soy egoísta y pienso que si sigue todo así, quizá no podré hacer lo que quería hacer este año para desconectar.
Pero, claro eso no importa. Aunque quizá para mi sí. Por supuesto, me consuelo pensando que hay cosas peores.
A día de hoy, os aseguro que no he conseguido que todo me de igual.
Porque creo que ese es el problema: que todo nos de igual.
Y es posible que el problema empiece cuando hay gente que piensa que ese día tiene que llegar.
Quizá ahí está el fallo, pensar en uno mismo más que en el bien común.
Mientras tanto me seguiré apoyando en lo que me da fuerza.
Esas personas (cientos de personas) que me han acompañado y me acompañan durante mis mañanas (y, a veces mis tardes).
Esas personas que me regalan verdaderas palabras que, en ocasiones se transforman en aplausos.
Esas personas que me hacen pensar que todos mis esfuerzos han tenido un sentido.