Llevo teniendo un texto dentro alrededor de un par de meses y ocho días. El tiempo justo para empezar a pensar que debería buscar un hueco para sentarme a tener una conversación conmigo misma porque, por experiencia, alargar este proceso me genera una especie de peso imaginario que suele dar la cara a través de la cada vez más pronunciada curva de mi espalda. Podría decirse que me explotan las palabras. Y como, cuando empiezo a escribir, desconozco por qué derroteros me llevarán las letras, pues voy a hacer algo parecido a subirme a una atracción con los ojos tapados y dejarme llevar.
Podría contarte que ya duermo del tirón, que me he comprado una riñorera (de colores por supuesto), que mi armario se ha convertido en la ropa que usaba aquel payaso del anuncio de micolor (no recuerdo muy bien si la marcar era así, sería cuestión de googlearlo pero qué pereza), que he vuelto a cambiar de sala (contra todo pronóstico), que la nueva me gusta incluso más que la anterior (quizá por los vinilos del lugar ese donde me siento un poco mal comprando), que llevo dos meses sin yoga y dos meses echándolo de menos, que en esta casa ya hemos pasado la fase del pañal y aquí no ha pasado nada, que empiezo a sentirme señora real porque me duele la espalda cuando me levanto in the morning, que hago cursos (en general), que me fascinan los colores de un atardecer manchego, que odio el calor de agosto en mis ojos, que los duelos se acompañan desde la empatía pero, si no se han vivido, no podemos entenderlos del todo aunque lo intentemos, que lo de bailar… siempre en mi equipo, que he trasplantado una planta y aún no ha muerto (bien), que soy fan de las personas que transitan los obstáculos con una especie de entereza que desconozco de dónde sale, pero que si fuera una bebida díría: “Más de eso, por favor”, que he cambiado de antiojeras y, al contrario de lo que me ocurre con mi sala, me gusta menos que el anterior, que espero que no me vuelvan a decir que por qué escribo así, con lo bonito que es hacer pausas. Y puntos. Y que yo, cuando hablo con alguien, no lo digo todo de corrido como si me faltara el aire.
Pero es que a mí, hoy, me explotan las palabras.