Mi abuela solía llevar en un monedero pequeños trozos de papel de estraza cortados a mano por la mujer que estaba en la tienda de al lado de casa, para dárselos a mi tía y a mi madre. Ese papel estaba destinado a escribir la cantidad de dinero que se iba debiendo por comprar el pan a lo largo de la semana. Recuerdo notas de diferentes tamaños, decoradas con sumas de números a boli, un fondo grisáceo y aquél tacto áspero.
He calculado que 684 es el número de abrazos que tengo que recuperar. He pensado en el papel de estraza (en realidad he llamado a mi madre para que me dijera cómo se llamaba el papel) y en lo bueno que sería empezar a hacer este tipo de notas de papel a la gente para escribirles los abrazos que me deben o los abrazos que les debo. Porque no quiero perderlos.
Hablando de cosas que se pierden, he perdido la noción sobre el largo de mi pelo y es que llevo ya un tiempo que no salgo del recogido de estar por casa, incluso cuando no estoy en casa y estoy trabajando.
Pero esto son cosas banales.
Como que ahora he descubierto que se puede bostezar en el trabajo. Se ha perdido el disimulo del bostezo. Algo bueno tenía que tener la mascarilla doble. Nadie le está dando importancia a esto, pero si fijas los ojos y consigues que los párpados no se muevan, serás capaz de bostezar si ese día te has pegado un buen madrugón.
Como el que hoy me he pegado yo.
Hablando de más pérdidas…lo que sí es importante, es que haya gente que pierda cosas por desconocimiento. Y esto es muy triste, pero me lo he encontrado. Hablo de personas que por una patología grave o una intervención quirúrgica pasan de serlo «todo» a que los demás les digan: «no se entera mucho» o «no puede hacer nada». Y esto es grave.
Es grave porque si no dan con un profesional es posible que esta situación se mantenga y vaya a peor. Y empiecen las pérdidas de verdad.
Que, muchas veces, se inician sólo con las palabras de las personas que forman el entorno más cercano y se acaban convirtiendo en una realidad, como en una profecía. Y desde la cuna de la sobreprotección y la ayuda de algunos, crece la pérdida de la autonomía de otros. Y bailar en un vals con ellos no es nada fácil, pero me pregunto qué pasaría si estas familias no tuvieran el asesoramiento adecuado. Me pregunto también si habrá personas en el mundo que no lo tienen o que no pueden acceder a ese asesoramiento.
Pero bueno, para no ponerme muy intensa, que hoy es lunes, os confieso que también me pregunto por qué me traigo en cada viaje mi maleta llena y empiezo a tener el armario como si me fuera a quedar a vivir aquí varios meses. Por no hablar de la cantidad de cremas y geles de diferentes olores que tengo en el baño para que no me cueste ducharme después de cada mañana de trabajo.
Y es que, a falta de mimos, una debe estar lo mejor posible donde esté.